Este 17 de Mayo se cumplen 56
años de la proclamación de la Primera Ley de Reforma
Agraria en Cuba, firmada por Fidel
Castro Ruz en la Sierra Maestra,
una de las medidas más importantes adoptadas por la naciente revolución y que
la enfrentó, directamente, al gobierno de Estados Unidos,
el cual hasta entonces se consideraba dueño y señor de los destinos de la Isla.
En homenaje a ese
trascendental acontecimiento, que determinó la elección de esta fecha como Día
del Campesino Cubano, vengo a compartir con usted algunas reflexiones.
Por haber sido un país colonizado y neocolonizado durante cuatro siglos y
medio, Cuba sufrió una enorme deformación de su estructura económica, a tal
punto que al triunfar la revolución popular, en 1959, encontró obstáculos sin
cuya superación habría sido imposible encauzar la lucha contra el ancestral subdesarrollo.
Hoy los campesinos cubanos emplean diversos adelantos científico-técnicos.
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Entre las principales causas de dicha situación habría que mencionar el
mantenimiento de una caduca estructura agraria, la ausencia de progreso
industrial y la cronicidad del desempleo.
Al ser la tierra el fundamental recurso productivo, el sector agropecuario
sobresalía por su importancia, sin embargo, y aunque los suelos aptos para
obtener buenas cosechas constituían el 70 por ciento de la superficie total del
país, apenas se cultivaba la quinta parte del área aprovechable.
Y es que, por predominar el latifundio, la inmensa mayoría de la tierra
útil no era propiedad de quienes la cultivaban, es decir arrendatarios y
subarrendatarios, aparceros, precaristas y otros trabajadores, sujetos en su
totalidad a relaciones feudales y sumidos en bochornosa miseria, mientras 114
grandes terratenientes norteamericanos y cubanos poseían el 20 por ciento de
las zonas agrícolas más fértiles.
El hecho de que después de la Segunda Guerra Mundial más del 80 por ciento
del comercio exterior se basara en el azúcar, demuestra el carácter
monoproductor y monoexportador de la economía cubana, caracterizada por una
vergonzosa dependencia de los Estados Unidos de América, país hacia donde fluía
el 60 por ciento de los productos exportados por la Isla y del cual provenían
las tres cuartas partes de las importaciones.
Cuba se convirtió en un suministrador de azúcar a bajos precios, una
reserva para el abastecimiento seguro en caso de guerra y un valioso mercado
para los excedentes financieros y la producción agrícola e industrial del
poderoso vecino del Norte.
Solo en 12 años (1946-1958), las inversiones yanquis en Cuba aumentaron en
433 millones de dólares (cifra muy alta entonces), lo cual provocó que en esa
etapa la nación antillana perdiera unos 200 millones de dólares, escapados
hacia territorio norteamericano.
Pese a la bancarrota de la economía, durante la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958)
se llegó al absurdo de que Cuba otorgara préstamos a la poderosa transnacional
estadounidense Standard Oil Company.
Lógicamente, esa caótica situación generaba las pésimas condiciones en que
vivían los más de 241 mil trabajadores agrícolas y sus familias, víctimas,
también, de los sistemáticos abusos perpetrados por los latifundistas
nacionales y extranjeros al amparo de la Guardia Rural y demás cuerpos
represivos.
Con excepción de las pocas fábricas exportadoras, las industrias sucumbían al
atraso tecnológico, la baja productividad y una feroz y desleal competencia.
Otra peculiaridad de las industrias de entonces era su anárquica
distribución territorial: la provincia de La Habana, con un cuarto de los
habitantes del país, generaba el 75 por ciento de la producción fabril no
azucarera, en cambio Oriente, donde vivía uno de cada tres cubanos y que
disponía de considerables riquezas materiales, solo aportaba el 13 por ciento de
los artículos industriales.
Alrededor del 30 por ciento de los dos millones 204 mil personas que
constituían la fuerza de trabajo disponible permanecían desempleadas la mayor
parte del año.
Tales hechos determinaron que al asumir el destino de la nación, el
Gobierno Revolucionario iniciara las transformaciones más perentorias, a partir
del control de los medios fundamentales de producción y acorde con los tres
grandes objetivos incluidos en La historia
me absolverá o Programa del Moncada, expuesto por Fidel Castro cuando en
1953 se le juzgaba por comandar la lucha armada contra la tiranía.
Esos cardinales objetivos eran: solucionar definitivamente el problema de
la tierra mediante la reforma agraria, pues devenía el principal obstáculo para
salir del estancamiento; elevar los niveles de actividad económica del país, al
desarrollar sus fuerzas productivas por la vía más eficiente posible y a expensas
de un proceso de industrialización acelerado; e incrementar el empleo hasta
conseguir aceptables ingresos para todos los trabajadores y sus familias.
En lo fundamental, la Revolución cumplió los mencionados objetivos en apenas
dos años (1959-1960), fase democrático-popular, agraria y antiimperialista, caracterizada
por la puesta en práctica de diversas medidas a favor de las clases más
humildes, que de hecho constituían la base social del nuevo poder.
Consecuente con su invariable línea de principios, el Gobierno
Revolucionario adoptó entre las medidas iniciales para el cambio la
promulgación de la Primera Ley de Reforma Agraria, firmada por el máximo líder cubano
en el principal escenario de la
insurrección que hacía apenas tres meses y medios había derrotado a la dictadura
proimperialista.
Revolución Agraria es el término que debería de emplearse en lugar del de Reforma…,
pues aquel proceso destruyó básicamente la gran propiedad latifundista e hizo a
todos los pequeños productores dueños efectivos del suelo que cultivaban. No
solo significó el justo reparto de las tierras, sino un radical cambio de las
relaciones de propiedad en beneficio del campesinado y los trabajadores en
general.
Creciente presencia de jóvenes en el sector agropecuario |
Acuciosos investigadores reiteran que esa Lay fue la medida más importante
y radical de aquella primera etapa y la que enfrentó de manera directa a la
Revolución con el imperialismo, apoyado por la contrarrevolución interna. Al
mismo tiempo propició el nacimiento de un sector que en lo sucesivo devendría pilar
de la economía socialista, además de encauzar el rescate de la soberanía
nacional.
Conforme con la Ley Agraria adoptada hace ahora 50 años, el gobierno
redistribuyó el 67 por ciento de la tierra cultivable en beneficio de las masas
populares: más de 230 mil colonos, ganaderos, caficultores, arroceros,
fruticultores y obreros agrícolas obtuvieron la propiedad de las fincas
abonadas con el sudor y en ocasiones con la sangre de varias generaciones.
Aplicada la nueva legislación, el 85 por ciento de los agricultores dejaron
de pagar rentas, que en conjunto cada año equivalían a casi 10 millones de
pesos. Al mismo tiempo, los campesinos se vieron liberados de la explotación de
intermediarios y usureros.
Según cálculos, a partir del sistema de tiendas del pueblo organizado por
el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), surgido al calor de la
mencionada Ley, el poder adquisitivo del campesinado se incrementó en más del
60 por ciento.
Impulsada por las medidas puestas en vigor, se produjo una redistribución
global de los ingresos, equivalente a unos 300 millones de pesos por año, que
mejoró el nivel y la calidad de vida de todos los campesinos.
Como resultado de la Revolución Agraria se crearon 208 mil puestos de
trabajo, con lo cual comenzó a desaparecer el desempleo, que hasta entonces
había sido un verdadero flagelo para los residentes en las zonas rurales.
Paralelamente al proceso de cambio de las formas de tenencia y explotación
de la tierra se efectuó una dinámica labor encaminada a garantizar la
estructura económica y social capaz de hacer viable el desarrollo.
A ese fin se construyeron kilómetros y kilómetros de carreteras y caminos,
que unieron lugares otrora inaccesibles, y fueron edificados numerosos centros
asistenciales de salud, cientos de escuelas y miles de viviendas. También se
dotó a los productores de créditos, implementos e insumos, y se les capacitó
con el propósito de superar, mediante el empleo de la ciencia y la técnica, el
secular atraso de la agricultura.
Incluso, millares de niños y jóvenes de los más recónditos sitios obtuvieron
becas gratuitas y la oportunidad de superarse integralmente para contribuir a
su propio bienestar, al progreso del sector agrario y al de toda la nación.
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